Imagina que una gota de pintura de óleo se desliza a lo largo del cuadro, el pincel ha cogido demasiada y ahora cae con parsimonia, en cada pequeño hundimiento de la textura del lienzo se para casi imperceptiblemente, pero ese momento, tan fugaz, se alarga, como si tu respiración fuese antigravitatoria. El tiempo no deja de correr por mucho que tenga esa sensación atemporal en la curva de tu cuello y hombro. No sé si te habrás dado cuenta pero cuando estamos así y me sonríes no puedo mirarte más de dos segundos que para mí son como dos minutos, no sé por qué, me vuelvo tímida de repente y tengo que esconder la cabeza en algún lado cual gato, igual es por la ingesta de tanto atún o porque llevo mucho tiempo en Madrid (chiste malo)...pero no creo. Me gusta cuando me sonríes de esa forma después de un beso. Igual es que si me quedara demasiado tiempo mirándote dejaría de ser especial, no lo sé. Otra vez esas tres palabras, me repito mucho, es curioso, repetir sin el re- no es nada, al igual que reiterar, no existe -petir o -iterar aunque sería -terar porque la i es secuestra por la e, sino parecería un nuevo cacharro hipster de Apple. Mi humor a casi las 5 de la mañana no es muy hábil, el cuello me duele demasiado, pero se me olvida si estas cerca, después, me pasa la factura agitándola como un mimo enfadado al que le han robado la voz, porque sino, no podría aguantar las ganas de gritar.
A veces me da la sensación de estar dando pinceladas como una loca con los ojos tapados cogiendo la pintura de enormes cubos, cargando mi pincel hasta que me cueste levantar el brazo y haciendo que la escupa bruscamente sobre el lienzo para después, observar como los goterones se realentizan ante el rozamiento que ofrece la textura tan sutil de la tela, vista a macro mucho más de la que aparenta, luego el tiempo se vuelve perezoso y te hago rabiar cuando estoy a tres milímetros de tí, pero antes de que se despierte ya me has hecho callar, sí, me sabes enmudecer, a veces quiero volver a hablar y no me acuerdo lo que estaba contando, la culpa la tienes tú. No lo entiendo, otra vez, tres palabras, pero cuando estoy contigo solo pienso solo dos, no tres. El tiempo se ha despertado, toca irse a casa, odias las despedidas, no hace falta que lo jures, a mi tampoco me gustan aunque te vaya a ver pronto, me da igual. Te giras y sonrío como una gilipollas, curioso, porque nunca lo haces cuando te vas pero siempre dibujo media sonrisa ante tu andar decidido, firme, pero que punki eres...
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